Escrito por: JM
Periodista de 42 años y padre de dos niñas (7 y 10 años)

Todavía recuerdo la primera clase de natación con la mayor de mis dos hijas. Tenía tan solo unos meses de nacida.  Mucho se hablaba en esos días de la importancia de ese primer contacto de los niños con el agua,  de los beneficios en su desarrollo psicomotor y del fortalecimiento del sistema inmunológico. Pero sobre todo, hacían hincapié en la oportunidad de establecer un vínculo de amor y de confianza entre el bebé y los padres.

Lo más curioso de esa clase es que en el grupo de 10-12 adultos que entrábamos al agua con los bebés a seguir las instrucciones de la profesora, el único papá era yo.  Día tras día, a lo largo de las tantas semanas que tuvimos, no hubo otro hombre adulto en el agua durante esos cursos que yo. Reconozco que para ese entonces contaba con un privilegiado puesto de trabajo que, entre tantos beneficios, me daba una flexibilidad tremenda en mis horarios. No así a mi esposa, quien después del permiso postnatal debió regresar a su oficio con exigentes e interminables pautas laborales.

Hoy por hoy, creo que haber participado en esas clases de natación para bebés con mi hija siendo el único padre en el grupo fue el primer paso para saber cuán importante era involucrarme de lleno en las actividades de mis hijas; esas que normalmente tienen a la mamá como figura principal. Sirvió para entender que no tenía nada de extraño que fuera yo quien día a día las llevara y trajera del colegio, acompañara a mi hija mayor a su clase de gimnasia y llevara a la menor al curso de arte, antes o después de pasar por la carnicería o por la tintorería, mientras la mamá estaba en la oficina.

Esa dinámica a nosotros como padres nos funcionó. Por mi lado me permitía involucrarme más en las actividades de las niñas, y por el lado de mi esposa, la oportunidad de retomar y desarrollar su faceta profesional sin perder su rol de mamá.

Hubo momentos en los que por un tema de logística, debí llevar a mis hijas al trabajo. Y me gustaba que me acompañaran. Me enorgullecía cuidarlas sin descuidar mis obligaciones y compartir con ellas ese espacio que muchas veces pudo resultar tan reservado y hasta desconocido para ellas.

Me he sentido privilegiado durante estos últimos diez años por haber asumido roles del hogar, esos que para muchos todavía siguen siendo “exclusivamente de mujeres”. Ni siquiera separarme de mi esposa y dejar el trabajo que tenía hicieron que cambiara esa dinámica de querer participar activamente en la rutina de las niñas y de la casa. Tampoco me avergüenza haber dejado mi trabajo para evaluar nuevas opciones y saber que la madre de mis hijas tiene un ingreso económico que yo no tengo.

Se que hay muchos que todavía limitan su participación en este tipo de actividades por temor a mostrar “debilidad” en su masculinidad. Peor aún, hay quienes creen que esto les hará perder terreno frente a las mujeres. Pero, ¿cómo se marca el terreno al momento de criar a los hijos?

Atrás en el tiempo deben quedar las muestras de machismo desaforado, con padres fríos y distantes, marcados sólo por los éxitos profesionales pero avaros y mezquinos en las emociones. Atrás debe quedar esa rivalidad hombre-mujer por blindarse en logros individuales, por definir los roles según el género.

También me sorprende cómo las propias mujeres son capaces por momentos de cerrar esos espacios y hacerlos “exclusivos” para ellas. En mi caso, siempre había una mamá que comentaba extrañada  -quizás con un toque de ironía-, el por qué era yo quien me encargaba de las niñas en las actividades de la tarde.

Si bien mis abuelos paternos y maternos se mostraron muy severos, rígidos y distantes en la crianza de mis padres y con nosotros sus nietos, en casa tuve un ejemplo perfecto de la combinación de roles. En una familia de cuatro hermanos, mi papá se mantuvo alejado de los estereotipos y fue capaz de compartir con mi mamá las obligaciones del hogar. Cuando hiciera falta. Desde planchar hasta cocinar, pasando por las compras e incluso la limpieza si era necesario, ambos se organizaron para poder desarrollar sus facetas profesionales y cumplir con la casa. Como un equipo. Y así creo que cada uno de sus hijos ha intentado repetirlo en sus familias.

Estoy convencido que hoy más que nunca, la sociedad debe construirse en base a la igualdad de funciones entre hombres y mujeres, como una oportunidad de oro para sensibilizarnos todos. Una sociedad en la que la madre es tan padre como él es de ella, sin prejuicios, estereotipos ni patrones arcaicos. El ritmo diario y las responsabilidades nos llevan a consolidar dinámicas en las que ambos asumen distintos roles en la casa.

 

Fotografía de encabezado por Pixabay