Escrito por: Lina Montano Galvis
Hace algunos días, Alejandra, una conocida tuvo un ataque de ansiedad. Su novio estaba de viaje, y como no tiene muchos amigos aquí, yo tomé el papel de amiga fiel, a pesar de que sólo nos conocemos hace un mes. La llevé al hospital, estuvimos ahí toda la noche, le recetaron Xanax y terapias con un psiquiatra.
Cuando todo se calmó, nos pusimos a hablar; me contó que odiaba la ciudad, pero que estaba aquí porque su novio, con quien se va a casar, estaba feliz y cuando uno ama debe hacer sacrificios.
También me dijo que estaba estresada porque su trabajo no le daba el suficiente tiempo para planificar bien su matrimonio, y que además necesitaba bajar de peso, pintarse el pelo y arreglarse las uñas. Que su novio iba a volver y ella no había podido arreglar la casa ni hacer mercado. Se sentía “quedada” porque sus amigas ya estaban teniendo hijos. ¡Ah! y no podía contarle del ataque a su futuro esposo, porque su mamá le dijo que no lo fuera a espantar.
Le sugerí que le diera responsabilidades en la organización del matrimonio y/o de la casa a su pareja, pero me dijo que no, que él no tenía ni idea de eso y era mejor que no lo hiciera. No sé cómo éste es su primer ataque de ansiedad, si sólo con escucharla yo estaba sintiéndome agotada. Alejandra tiene un trabajo, pero además “tiene que ser mujer”. Su cuerpo y su mente están respondiendo a una carga completamente abrumadora.
En los primeros días de abril se celebró un Día del pago igualitario, en el que nos bombardearon por todos lados con información como que las mujeres ganamos el 79% de lo que gana un hombre por hacer exactamente el mismo trabajo. Eso si eres una mujer blanca, porque si eres latina es un 55%. No es justo.
Y no es justo no sólo porque estamos haciendo lo mismo que los hombres, sino también porque hay que sumarle la presión y el trabajo extra que conllevan el estereotipo y los códigos de feminidad con los que hemos crecido.
Desde un punto de vista tradicionalista, muchos de los rasgos predominantes de la feminidad tienen una correlación fuertísima con varios factores que definen la personalidad depresiva. Estos modelos de feminidad son construcciones sociales y no son 100% producto de nuestra biología o de nuestros cambios hormonales, contrario a lo que muchos piensan.
A los niños les enseñan a ser fuertes, asertivos, a tomar riesgos. A nosotras nos enseñan a ser sumisas, a depender, a necesitar a alguien o algo más que nosotras mismas. Esto quiere decir que desde la crianza se reduce la probabilidad de equidad.
Sin embargo, hombres y mujeres nos encontramos compitiendo supuestamente en la “misma arena”. Digo supuestamente porque no es así. Y parece que no lo será, por lo menos no en los próximos 42 años. En lo que a lo laboral respecta, claro.
Además, de nosotras se espera que seamos novias ejemplares, que invirtamos horas y dinero en estar perfectas para luego ser esposas, súper mamás y amas de casa. También hay que tener una carrera profesional exitosa porque nada de lo anterior es trabajo, es únicamente lo que significa ser mujer, es la famosísima feminidad.
Hemos asumido nuevas responsabilidades, sin abandonar las antiguas, y por eso es importante empezar a hablar de conciliación entre los roles de género. Es clave reinterpretar la feminidad, el papel que jugamos en la vida íntima y en la cotidianidad.
La métrica con la que nos miden es muy dura, y nosotras la hemos aceptado. Como mujeres fallamos al darnos tan poco crédito. A veces enfrentar la vida, atravesar un día nuevo, es una muestra gigante de valentía, pero no lo notamos.
Es normal que bajo toda esta presión a la que nos vemos expuestas nuestra autoconfianza se vaya al piso; ser mujer hoy en día es agotador a veces, pero siempre increíble. Está bien no estar bien, está bien sentirse débil de vez en cuando. Es la capacidad de “pararnos y ponerle el pecho al toro”, otra vez, lo que cuenta.
El concepto de feminidad está cambiando, todas hacemos parte de ese proceso y, si bien, podemos tomar el rol que queramos, tenemos que darnos cuenta de que de pronto no podemos hacerlo todo al tiempo.
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