El Autor de este artículo, Pedro García, es responsable de investigación, monitoreo y evaluación en la Coalición Internacional de Preparación para el Tratamiento (ITPC), donde desarrolla programas globales de prevención y acceso al tratamiento del VIH. Anteriormente, trabajó como asistente de investigación en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y en 2016 fue profesor de Estudios de Género en el campus iberoamericano del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po). Entre sus temas de interés se encuentran la salud global, los derechos humanos y los movimientos sociales. Nacido en México, actualmente reside en Costa de Marfil. 
Twitter: @RemediosPedro 

Género y VIH: Masculinidad vulnerable

 El VIH/Sida continúa siendo la principal causa de mortalidad a nivel mundial, para las mujeres en edad reproductiva. Del total de la población mundial de jóvenes y adolescentes que viven con el virus, el 60% son mujeres. Este grupo, con edades entre 15 y 24 años, presenta el doble de riesgo de infección por VIH que el grupo de los varones[1]. Factores biológicos, pero sobre todo sociales, económicos y culturales exponen a las mujeres a mayor riesgo de contaminación. La desigualdad de género, en todas sus formas, contribuye fuertemente a la propagación del virus en la población femenina.

La prevención, ¿cuestión de género?

Y aún hay más elementos negativos en este problema. Junto con las mujeres, los hombres sufren las consecuencias nefastas de los rígidos roles de género establecidos por la sociedad, que valoran la masculinidad hegemónica. Estas normas y expectativas sociales son factores subyacentes que influencian el comportamiento sexual. De un hombre se espera, por ejemplo, que demuestre su proeza sexual y su dominación sobre la mujer a través de múltiples parejas sexuales. En Estados Unidos, un estudio nacional concluyó a finales de los años 90 que los adolescentes con visiones más tradicionales de lo que significa la masculinidad, eran más propensos a reportar abuso de sustancias, violencia, delincuencia y conductas sexuales de riesgo[2]. En Brasil, se constató una fuerte conexión entre normas tradicionales de género y problemas graves como la violencia contra las mujeres, y las infecciones de transmisión sexual[3].

Datos de la Encuesta Internacional de Masculinidades y Equidad de Género (IMAGES) muestran menor voluntad de hacerse una prueba de VIH por parte de los hombres. Un estudio con adolescentes de nueve países de África subsahariana arrojó el mismo resultado, pese a que los varones demostraron mayor conocimiento general sobre el virus [4]. Esto es particularmente relevante, ya que entre más pronto una persona que vive con VIH inicie un tratamiento, más rápidamente podrá gozar de una mejor calidad de vida.

Diversos estudios han demostrado que los hombres utilizan los servicios de salud y VIH con menor frecuencia que las mujeres. Para entender este fenómeno, investigadores en Zimbabue[5] analizaron el conflicto entre la concepción local de masculinidad y las representaciones del “buen paciente”; un “verdadero” hombre debe ser fuerte, resiliente, saludable, sexualmente activo y económicamente productivo. Estas características se consideran, según la cultura de muchas sociedades (en este caso la africana), contrarias al paciente ideal, quien acepta su estatus de VIH, sigue instrucciones de enfermeras y tiene un comportamiento responsable (y “sumiso”) al asistir a las citas en clínicas, abstenerse del alcohol y de las relaciones sexuales extramaritales, todo lo cual lo hace ver como un varón débil y menos “macho”.

Hacia nuevas masculinidades

Queda claro que es importante fomentar políticas y programas que apunten a masculinidades más saludables y favorables a una mayor equidad de género. La encuesta IMAGES arriba mencionada señalaba en 2010 que, un mayor apoyo a la equidad de género por parte de los hombres, se asocia a una probabilidad más alta de hacerse la prueba de VIH[6].

Es necesario, igualmente, mejorar la calidad del rol de los hombres en políticas y programas de salud. Los centros de salud suelen concebirse como espacios feminizados, incluso por el personal médico[7]. Sin embargo, múltiples estudios señalan mejores resultados en salud para mujeres, niños y hombres cuando se involucra a estos últimos en programas de prevención de la transmisión del VIH de madre a hijo[8]. Sus autores consideran indispensable crear iniciativas sostenibles y adaptadas, para facilitar el diálogo familiar entre parejas, dentro de las clínicas de salud.

Finalmente, es fundamental fortalecer culturalmente las relaciones de fraternidad y tolerancia en la sociedad. Cabe mencionar que entre las poblaciones más afectadas por el VIH se encuentran los hombres homosexuales y las mujeres transgénero. En todas las regiones del mundo, la prevalencia de esta enfermedad entre esas poblaciones es significativamente mayor que en la población general, y la epidemia es agravada por contextos discriminatorios, legales y sociales.

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Para los hombres que viven con VIH, las consecuencias de portar el virus pueden ser devastadoras, en cuanto a su auto-percepción de masculinidad, al debilitar el rol de proveedor y jefe de familia, sancionar su actividad sexual y poner en riesgo su reputación. Pese a ello, en la mayoría de los grupos de apoyo de personas con VIH, hay más mujeres que hombres. Los grupos de apoyo masculinos son escasos, y sus miembros conciben la masculinidad como un obstáculo a la participación de otros hombres[9]. En su mayoría, las relaciones entre hombres están más marcadas en la sociedad por jerarquías sociales que por fraternidad y voluntad de apoyo[10], situación que es totalmente opuesta entre las mujeres.

La creación de espacios de salud seguros e innovadores en términos de igualdad de género, frente a la “masculinidad” permitiría explorar cuestiones de equidad de género, cambio de patrones sociales negativos, y de identidades sociales, para entender sus implicaciones sobre la salud de los usuarios. De esta forma, es inaplazable desafiar y deconstruir nociones  perjudiciales de género, con el fin de dar paso a nuevas masculinidades y feminidades, para  todos y todas, como aporte a un mundo más justo y fraterno.

 

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[1] http://aidsinfo.unaids.org

[2] http://documents.worldbank.org/curated/en/481401468101357773/pdf/327120rev0PAPER0AFR0young0men0WP26.pdf

[3] http://documents.worldbank.org/curated/en/481401468101357773/pdf/327120rev0PAPER0AFR0young0men0WP26.pdf

[4] http://www.unfpa.org/sites/default/files/pub-pdf/Adolescent-Boys-and-Young-Men-final-web.pdf

[5] https://globalizationandhealth.biomedcentral.com/articles/10.1186/1744-8603-7-13

[6] https://www.icrw.org/wp-content/uploads/2016/10/Evolving-Men-Initial-Results-from-the-International-Men-and-Gender-Equality-Survey-IMAGES-1.pdf

[7] http://www.repositorio.unifesp.br/bitstream/handle/11600/6684/S1413-81232011001200023.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[8] https://opendocs.ids.ac.uk/opendocs/bitstream/handle/123456789/7305/IDSB_45_1_10.1111-1759-5436.12068.pdf?sequence=1

[9] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/14754666

[10] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3053429/