AUTOR: Alfredo González-Reyes Director de Programas de Oxfam México. @alfredogonzalre Trabaja en las áreas de pobreza, desigualdad, género y desarrollo humano. Fue miembro del equipo de Reducción de Pobreza y Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe del PNUD con sede en Nueva York, y Coordinador Ejecutivo de la Oficina de Investigación en Desarrollo Humano del PNUD en México. Es autor o coautor de publicaciones diversas. Ha sido consultor independiente del Banco Mundial y diversas instituciones estatales mexicanas. Es Maestro en Política Pública por el University College London y Licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Centro de Investigación y Docencia Económicas, CIDE.
No hay receta secreta. La forma en que muchos hombres hablan, actúan y sienten sobre su propio ser y hacer en tanto hombres, no va a cambiar mientras ellos mismos no reflexionen al respecto. Para ello, los hombres tienen que mirarse a sí mismos, a su propia historia, a las personas de quienes aprendieron a ser hombres, lo que les marcó desde la infancia, lo que creen que se espera de ellos, su relación con sus personas más cercanas y más queridas, lo que les da y les quita valor frente a otra personas –en particular otros hombres y mujeres, y su relación con su entorno social en general. Pero sobre todo, los hombres tienen que mirar su posición de privilegio frente a quienes no son identificadxs como hombres.
Esta reflexión puede adoptar una triple perspectiva. Primero, entendiendo la relación que distintos hombres tienen con lo femenino. Segundo, poniendo atención a condiciones materiales como la dinámica familiar –incluyendo la distribución del trabajo de cuidado y reproducción de la vida, el mercado laboral y las instituciones del Estado. Y tercero, tomando en cuenta los distintos discursos que establecen a priori lo que debe ser un hombre en distintos contextos sociales.
El privilegio masculino se alimenta del hecho de que la posición que las mujeres ocupan en los tres ámbitos antes mencionados suele ser de menor valor social con respecto a los hombres. Y esta misma relación desigual da sustento a las llamadas masculinidades hegemónicas, típicamente asociadas a la heterosexualidad, la agresividad y la autoridad. Por ello, dicho proceso de reflexión puede ser particularmente relevante en discusiones sobre problemas tan graves como la violencia de pareja íntima (VPI), donde una mayoría de lxs sobrevivientes son mujeres que se ven violentadas por hombres que obviamente llevan el ejercicio de su privilegio al extremo.
Las experiencias de Estados Unidos y la región latinoamericana en el combate a la VPI muestran que su criminalización, una de las estrategias más extendidas contra este problema, suele alcanzar sus límites frente a definiciones sumamente restrictivas de violencia (señales visibles de violencia física que dejan fuera violencias como la emocional, la económica o la sexual) o frente a sistemas de acceso a la justicia ineficientes y plagados de corrupción.
Otra de las estrategias más comunes, enfocada en el empoderamiento de las sobrevivientes –por medio de refugios temporales, atención psicológica, y capacitación e inserción laboral, se ven limitadas por recursos financieros que nunca son suficientes. Todo esto, sin contar con el hecho de que muchos casos de VPI ni siquiera se denuncian o son tratados de manera negligente debido al estigma que dicha violencia genera en las sobrevivientes frente a su familia, amigxs y lxs propixs funcionarixs encargadxs de atenderlas.
Por su parte, el trabajo con hombres jóvenes y adultos agresores y no agresores es una estrategia menos común que las de criminalización y empoderamiento, particularmente en América Latina. Pero aún en Estados Unidos, donde está relativamente más presente, todavía existen programas que en lugar de promover procesos de reflexión de los propios hombres se concentran en principios y guías que, en resumen, han de ser repetidas hasta la memorización, luego de lo cual se asume que han sido internalizados.
Por cierto, los programas basados en la repetición ofrecen esquemas de acción y resultados relativamente rápidos, y por tanto son más atractivos para el financiamiento público y privado. Mientras tanto, los programas que se basan en procesos de reflexión suelen tomar más tiempo en su intervención y por tanto son menos atractivos desde la perspectiva de quienes pueden financiarlos.
Aunque no pueda decirse que una mayoría de hombres ejerza proactivamente formas de masculinidad hegemónica que propicien la VPI, la mayoría de ellos las toleran y disfrutan sin cuestionar la condición de privilegio que les brinda. Al mismo tiempo, los que son perpetradores de VPI no dejarán de serlo simplemente porque, por orden judicial o por voluntad propia, asistan por doce semanas a un taller donde deberán repetir cientos de veces que su comportamiento es dañino y que deben parar. Para que dejen de ser perpetradores es indispensable que emprendan un proceso de reflexión precisamente sobre su propia condición de privilegio.
En el mejor de los escenarios, ese proceso de reflexión dará frutos en la forma de una nueva mirada sobre lo que cada uno es, de los motivos que tiene para actuar como lo hace y de las razones por las cuales toma decisiones como la de violentar a su pareja íntima (el llamado priming no aplica aquí, lamento tener que aclararlo). Pero esto solo es el principio. Luego de darse cuenta de que ciertas palabras, acciones y sentimientos son nocivos para quienes les rodean, el reto siguiente es de hecho actuar en consecuencia. Y esa es toda otra historia que implica continuar el proceso de reflexión a la luz de la cotidianidad y sus eventos inesperados.
Se trata de un proceso que requiere atención constante, que por tanto puede ser agotador y que si algo garantiza es momentos de vacilación y fracaso. No hay manera de hacer verlo como algo más fácil, ni tiene caso tratar de hacerlo. Formas distintas de masculinidad que se basen en el amor, el respeto y la reciprocidad son posibles, pero hay que construirlas. Aquí no hay bala de plata. Las nuevas masculinidades son de quienes las trabajan.
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